En este País de las Maravillas que ha creado el señor Rajoy (para él y los suyos) se han ido sucediendo episodios de gran revuelo puntual pero que, con el paso del tiempo, se han ido sedimentando hasta casi desaparecer por completo.
Y esto, por ser un efecto que se repite, ha enseñado a este Gobierno cómo negociar estos temas. En un País donde la palabra dimisión no existe, el listón de la vergüenza, la ética y la decencia política se ha puesto tan alto que en la práctica es inalcanzable, no existe.
Casos como Gurtel, la Púnica, Bárcenas, Bankia, Rato, Blesa, Mato, Nicolases, etc. se hallan en un preocupante limbo, es más: únicamente los jueces que llevaron los casos han sido separados de los mismos. El juez Garzón expulsado de la carrera judicial y el juez Silva inhabilitado por 17 años...
Y NO PASA NADA.
El Gobierno del PP manejó sus hilos para que, antes de las elecciones, no se despertara del letargo ningún caso que les pudiera afectar, confiando como así ha sido, que todavía a estas alturas, más de 7 millones de paisanos les dieran su confianza (?)
No olvidemos tampoco la inestimable ayuda que reciben, de la cada dia más desacreditada prensa española, para minimizar fechorías. La falta de independencia (sobretodo económica) posibilita este sucursalismo.
El "Pequeño Nicolás" es otro de los casos curiosos de nuestro circo panderetil. Después de mucho revuelo, el caso se ha ido diseminando y ya casi nadie se acuerda. El Nicolasito que, excepto con la madre Teresa de Calcuta, se fotografió con todos, ahora resulta que nadie lo conoce. Ha andado, hecho y deshecho lo que ha querido: CNI, políticos de alto vuelo, embajadores, empresas, adjudicaciones, millones, recepciones reales, coches oficiales...
Justo a dia de hoy, al juez que lleva el caso, Arturo Zamarriego, se le ha terminado la paciencia con el Ministerio del Interior, el Director de la Policía Ignacio Cosidó, comisarios bajo sospecha como el inefable Villarejo que aparece por todas partes y otros secuaces de nuestro bendito Ministro del Interior y les ha dado el ultimátum para que dejen de torearle y de obstruir la Justia.
Otro gran -enorme- problema de este País: la no independencia de la Justicia. Pero NO PASA NADA.
El 23 de Febrero de 1981 se escribió uno de los episodios que más han marcado la trayectoria política de nuestra democracia. Hoy, más de 34 años después, todavía los españoles no saben realmente qué pasó. Sólo hay suposiciones, testimonios parciales y medias verdades. Se ha solicitado el levantamiento del secreto sumarial pero mucho es de temer que nuestra generación, la que realmente vivió en vivo y en directo el golpe, se llevará a la tumba todos los interrogantes.
23-F: el Rey fue uno de los responsables.
Solo el periodista y escritor Víctor Arrogante,. escribió en su dia, un artículo muy bien documentado que por su valor testimonial, me permito difundir.
Y esto, por ser un efecto que se repite, ha enseñado a este Gobierno cómo negociar estos temas. En un País donde la palabra dimisión no existe, el listón de la vergüenza, la ética y la decencia política se ha puesto tan alto que en la práctica es inalcanzable, no existe.
Y NO PASA NADA.
El Gobierno del PP manejó sus hilos para que, antes de las elecciones, no se despertara del letargo ningún caso que les pudiera afectar, confiando como así ha sido, que todavía a estas alturas, más de 7 millones de paisanos les dieran su confianza (?)
No olvidemos tampoco la inestimable ayuda que reciben, de la cada dia más desacreditada prensa española, para minimizar fechorías. La falta de independencia (sobretodo económica) posibilita este sucursalismo.
Justo a dia de hoy, al juez que lleva el caso, Arturo Zamarriego, se le ha terminado la paciencia con el Ministerio del Interior, el Director de la Policía Ignacio Cosidó, comisarios bajo sospecha como el inefable Villarejo que aparece por todas partes y otros secuaces de nuestro bendito Ministro del Interior y les ha dado el ultimátum para que dejen de torearle y de obstruir la Justia.
Otro gran -enorme- problema de este País: la no independencia de la Justicia. Pero NO PASA NADA.
El 23 de Febrero de 1981 se escribió uno de los episodios que más han marcado la trayectoria política de nuestra democracia. Hoy, más de 34 años después, todavía los españoles no saben realmente qué pasó. Sólo hay suposiciones, testimonios parciales y medias verdades. Se ha solicitado el levantamiento del secreto sumarial pero mucho es de temer que nuestra generación, la que realmente vivió en vivo y en directo el golpe, se llevará a la tumba todos los interrogantes.
23-F: el Rey fue uno de los responsables.
Solo el periodista y escritor Víctor Arrogante,. escribió en su dia, un artículo muy bien documentado que por su valor testimonial, me permito difundir.
"El 23-F fue un
episodio vergonzante, que se cerró con rapidez, sin investigar y con
desaparición de pruebas
El 23 de febrero de
1981, hace treinta y cuatro años, las fuerzas antidemocráticas,
altos mandos de las fuerzas armadas, fieles al «testamento» de
Franco, con la ayuda de otros afines al régimen, también quienes
querían reconducir la situación política del momento y fortalecer
al rey y la monarquía, se confabularon y dieron un golpe de Estado;
que fracasó, pero que tuvo consecuencias políticas, algunas de
ellas siguen aquejándonos.
El golpe estaba
previsto para marzo. La dimisión de Suárez y el pleno de
investidura de Calvo-Sotelo lo aceleraron todo. Lo tengo grabado en
mi memoria. Vi entrar al teniente coronel Tejero, que con tricornio y
pistola en mano tomó el Congreso: «¡Quieto todo el mundo!», dio
la orden de «¡todos al suelo!» y efectuó un disparo al aire,
seguido por ráfagas de ametralladora de los guardias asaltantes.
Todos presentimos lo peor. Todavía me estremezco. El gobierno y el
parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el «Supuesto
Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra acción
antidemocrática, para volver a la normalidad democrática, que no
hubiera podido serlo nunca.
Desde el mes de
diciembre, distintos militares venían manteniendo reuniones, tiempo
en el que suceden distintos acontecimientos políticos y militares.
El diario El Alcázar publicó una serie de artículos firmados por
el colectivo Almendros, bajo el que se ocultaban un grupo de civiles
y militares de extrema derecha. El primero de los artículos (17 de
diciembre), titulado «Análisis político del momento militar»,
hacía alusión a un «vino español» que anualmente ofrecía el
director de la Escuela de Estado Mayor, acto que había permitido
reunir a más de seiscientos generales, jefes y oficiales «Los más
de seiscientos asistentes habituales menguaron hasta menos del
centenar, y aun éstos, en su mayor parte, permanecieron poco tiempo.
Tal vez el imprescindible para advertir las razones auténticas de la
excepcionalidad y desangelada situación».
El día 22 de enero
Almendros publica su segundo artículo bajo el título «la hora de
las otras instituciones». El presidente Suárez, días después,
presentó al rey su dimisión. El último de la serie se publicó el
1 de febrero con el título «La decisión del mando supremo», en el
que se señalaba: «Estamos en el punto crítico, se inicia la cuenta
atrás». Días más tarde, el general De Santiago, muy próximo a
los golpistas, publicó en El Alcázar un artículo claramente
provocador: Situación límite. UCD celebraba su Congreso en
Mallorca. Durante todo este tiempo, el grupo de oficiales golpistas
próximos a Milans del Bosch ultima los preparativos. La contraseña
establecida era «Duque de Ahumada» (fundador de la Guardia Civil),
y el día escogido el 23 de febrero; antes de que se eligiera un
nuevo presidente del gobierno.
Franco en su
testamento político, dejaba todo «atado y bien atado» en manos del
rey, la banca, la alta burguesía, los altos mandos de la
administración, el ejército y la Iglesia. Pedía perseverancia en
la unidad y en «la paz», así como lealtad al futuro rey de España,
que él mismo había elegido. Seis años después de su desaparición,
su espíritu seguía vivo y el aparato de la dictadura intacto. Los
fieles al «régimen» no podían consentir que se otorgase la
soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos,
especialmente el PCE, se desmontara el estado totalitario y se
reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones.
Había otros intereses de poder que pretendían reconducir la
situación, ante la política de Suárez que llevaba al abismo.
Las elecciones
generales de 1979, dieron la mayoría a la UCD de Suárez. Sus
políticas, agravadas por la situación internacional, provocaron una
gravísima crisis social, económica y política; la inflación se
disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó
vertiginosamente. Junto a esto, el terrorismo más cruento. Con cada
atentado, la democracia se debilitaba, el Sistema perdía
credibilidad y cundió el «desencanto». La democracia tan anhelada,
había dejado de ser la panacea de toda solución política,
económica y social. Para el rey, Suárez había dejado de ser útil.
Un mes antes de aquel 23-F, El Alcázar anunciaba que «los almendros
florecen en primavera», clave de alerta a las fuerzas golpistas que
estaban en el conocimiento.
El 17 de marzo de
1981, el Congreso de los Diputados celebró un pleno monográfico
sobre el 23-F a puerta cerrada —algo sin precedentes—, sin
cámaras de televisión, fotógrafos ni invitados. El ministro de
Defensa, Alberto Oliart, presentó la primera explicación oficial.
El informe Oliart, según la revista Tiempo, precisaba que el golpe,
sufrió un adelanto forzado, ante la inesperada dimisión de Adolfo
Suárez y cogió a los golpistas con el pie cambiado. Como los
autores del golpe primaron la seguridad, la conjura «no fue
detectada a tiempo por los servicios de información». No obstante
se percibieron indicios de una conspiración, «por los artículos
publicados en el diario ultraderechista El Alcázar bajo el nombre en
clave de Almendros». Blanco y en botella.
El ministro de
Defensa hizo hincapié, según la revista, en que los responsables de
la sublevación «partieron de la convicción gratuita» de que se
produciría una «reacción en cadena» en las Fuerzas Armadas y los
Cuerpos de Seguridad del Estado. En la tesis del ministro estaba
presente la defensa del rey, cuando dice que los golpistas no
contaron con la «enérgica e inequívoca» actitud del rey, quien
«destruyó» el efecto causado en un primer momento por los
golpistas por la utilización del nombre del monarca. Hay otras tesis
más actuales que implican al rey directamente, como conocedor de los
sucesos. Iñaqui Anasagasti recuerda una conversación con Sabino
Fernández Campo —entonces secretario general de la Casa del Rey—,
sobre los primeros momentos transcurridos en la Zarzuela y lo que el
secretario escuchó decir al rey, en su conversación con el general
Armada, después del tiroteo en el hemiciclo de la Carrera de San
Jerónimo: «¡Qué coño es eso de intimidación! ¡Eso no estaba
previsto! ¡Quiero saber urgentemente lo que está pasando ahora
mismo allí».
Según Iñaqui
Anasagasti, Sabino Fernández Campo le contó: «Al quedarme sólo me
di cuenta que mi cabeza era un volcán y cien preguntas me surgieron
como centellas. ¿Qué significaba lo de «no estaba previsto»? ¿Por
qué el Rey aparentaba estar tranquilo conmigo y no con Armada?», se
preguntaba Fernández Campo, Secretario General de la Casa del Rey
(Iñaki Anasagasti id.). «¿Era la acción individual del loco
Tejero? ¿Era un golpe de Estado? ¿Era la cabeza de puente de otra
cosa mucho más seria? ¡Y las dudas inundaron mi cabeza! Así que
cogí el teléfono y llamé a mi hombre de confianza destacado en el
Congreso y me confirmó que Tejero había dicho que aquello lo hacía
¡¡en nombre del Rey!! Eso me nubló hasta la vista y hasta mi
corazón empezó a latir peligrosamente. ¿En nombre del Rey? ¿Qué
está pasando aquí? Entonces llamé a mi amigo Lacaci, el Capitán
General de Madrid, y comprobé que estaba tan desorientado y
desconcertado como yo, intentando saber con exactitud lo que estaba
pasando en la Brunete, era fundamental saber lo que iba a hacer la
Acorazada».
Sabino volvió al
despacho del rey, que hablaba por teléfono con el general Armada:
«Alfonso, si es
verdad que ese loco ha entrado en el Congreso en nombre del Rey hay
que desmentirlo urgentemente y quiero saber con urgencia por qué ha
dicho Tejero semejante cosa. Y sin más colgó el teléfono. Yo me
acerqué y sin sentarme, de pie (allí sentada seguía la Reina) le
dije: Señor, veo que ya lo sabe. Eso es muy grave.
—Sí, Sabino, la
cosa es grave. Creo que debemos autorizar a Armada a que venga a la
Zarzuela y nos explique detalladamente lo que está pasando, porque
creo que aquí están pasando cosas que no estaban previstas—
¿Cosas que no estaban previstas? ¿A qué se refiere Su Majestad?
—Bueno, es un decir (pero, por primera vez noté cierto nerviosismo
en el Rey, como si quisiera ocultarme algo)».
El rey apareció en
televisión, después de conocer que todos los capitanes generales
cumplirían la orden de interrumpir la operación, y anunció la
continuidad democrática. Javier Cercas en Anatomía de un instante,
dice que todo implica al rey, en una operación para fortalecer a la
monarquía, restaurar el prestigio de España, consolidar la
democracia y retirar a Suárez de la presidencia del gobierno, con el
apoyo de ciertos renombres de la política en el gobierno y la
oposición. La conducta del rey antes del golpe no fue en absoluto
ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades.
El rey, dice la
periodista Pilar Urbano, no nos salvó del golpe; «el rey nos salvó
in extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha», que
el había alentado.
Armada, segundo jefe
del Estado Mayor del Ejército, secretario general de la Casa del Rey
durante 17 años, estuvo en el Congreso, pero Tejero no le permitió
dirigirse a los diputados, para proponer un gobierno de salvación
dirigido por él y con representantes de todos los partidos
políticos. Tejero, que quería una junta militar presidida por
Milans, se sintió traicionado e impidió que Armada asumiera la
presidencia del gobierno a las «órdenes del rey». El suyo era un
golpe duro, de involución, y desmanteló el golpe blando de Armada.
«El Rey nos ha engañado; nosotros hemos avanzado y él se ha echado
atrás» clamaba Milans (Iñaki Anasagasti. Una monarquía
protegida).
Mientras los
diputados y el gobierno legítimo permanecían secuestrados por las
armas, el «gobierno de salvación nacional» que el general Armada
presentó a Tejero, lo formaban: Presidente, general Alfonso Armada;
Vicepresidente Asuntos Políticos, Felipe González Márquez;
Vicepresidente Asuntos Económicos, J. M. López de Letona (Banca).
Ministros UCD: Hacienda, Pío Cabanillas; Obras Públicas, José Luis
Álvarez; Educación y Ciencia, Miguel Herrero de Miñón; Industria,
Agustín Rodríguez Sahagún. Ministros PSOE: Justicia, Gregorio
Peces-Barba; Transportes y Comunicaciones, Javier Solana; y Sanidad,
Enrique Múgica. Ministros PCE: Trabajo, Jordi Solé Tura; y
Economía, Ramón Tamames. Otros partidos e instancias: Asuntos
Exteriores, José María de Areilza (Coalición Democrática);
Defensa, Manuel Fraga (Alianza Popular); Comercio, Carlos Ferrer
Salat (presidente CEOE); Cultura, Antonio Garrigues Walker
(empresario); Información, Luis María Anson (presidente agencia
Efe). Militares: Interior, general Manuel Saavedra; y Autonomías y
Regiones, general José A. Sáenz de Santamaría. ¿Eran conocedores
de lo que se proponía?
Cuando Armada llega
al hotel Palace, conoció el contenido del mensaje del monarca y se
pone irremediablemente del lado de los golpistas: «el Rey se ha
equivocado» y con su alocución «ha comprometido a la Corona,
divorciándose de las Fuerzas Armadas». En otras palabras, venía a
decir, que el rey había traicionado a sus compañeros de armas y a
la operación que conocía desde el principio y sobre la que estaba
de acuerdo. El ministro Oliart informó de la investigación que se
estaba siguiendo, veintiún días después del golpe: «114 personas
aparecían citadas en conversaciones grabadas por Francisco Laína, a
las que se sumaban 127 miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad
y 23 civiles». En el posterior juicio de Campamento solo se enjuició
a 33 responsables. Fue una «verdadera farsa de la Transición»,
dice Anasagasti en su nuevo libro Una monarquía nada ejemplar; «por
lo pronto no se investigó la trama civil».
En otro momento de
la conversación de Anasagasti con Fernández Campo, cuenta que
después de hablar con el general Juste, que preguntaba por Armada,
al que le respondió «ni está ni se le espera», con la intuición
a flor de piel, «con todas las moscas detrás de la oreja», se
dirigió de nuevo al despacho del rey: «Cuando entré me llevé la
sorpresa de mi vida. Allí se estaba brindando. Y eso me nubló la
mente y me enfureció. Así que, ya sin protocolos, me dirigí a su
majestad y sin pensarlo le dije mirándole de frente: ¡señor! ¿Está
usted loco? Estamos al borde del precipicio y usted brindando con
champán. Y casi grité ¿no se da cuenta de que la monarquía está
en peligro? ¿Qué puede ser el final de su reinado? ¡Recuerde lo
que le pasó a su abuelo! Entonces la cara del rey cambió de color y
vi como sus manos le empezaron a temblar y en voz casi inaudible
mandó salir a los allí presentes. Todos salieron menos la reina,
que tenía cara de póquer. Su majestad se vino hacia mí y
tembloroso, casi llorando, me tomó de las manos y en tono suplicante
me dijo: ¡Sabino, por favor sálvame! ¡Salva a la monarquía, ahora
mismo no sé lo que hago ni qué decir!». Se había dado cuenta de
las consecuencias de su borboneo.
La atmósfera en los
meses anteriores al golpe era de desestabilización: atentados,
crisis económica, agitación social, intoxicación desde los medios
de la ultra derecha, división interna en la UCD y dura confrontación
política. El ex director de Seguridad del Estado, Francisco Laina,
jefe de la Comisión Permanente de secretarios de Estado y de
subsecretarios —un gobierno de facto que asumió las funciones del
ejecutivo secuestrado en las Cortes—, guarda en su memoria dos
escenas relevantes. La primera transcurre en el funeral por una de
las víctimas de ETA, en el que también estaba el teniente coronel
Antonio Tejero —que ya había sido condenado a siete meses de
cárcel por la Operación Galaxia—, sin mando y en situación de
disponible, «Me quedé pensando que aunque no tuviera mando,
disponía de 24 horas al día para conspirar. Dejarle en Madrid libre
de vigilancia fue un error de los servicios de información».
La segunda escena
que recuerda, fue cuando entregó al presidente Adolfo Suárez un
informe confidencial elaborado por los servicios de información
policiales, que indicaba que el rey no se recataba en criticar
duramente al presidente Suárez en conversaciones con personas y
ambientes muy diversos. Se añadía que el monarca expresaba
abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Suárez y
planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente.
También se informaba de una comida que el general Alfonso Armada
—entonces gobernador militar de Lleida—, había mantenido con el
responsable de asuntos de defensa del PSOE Enrique Múgica, en la
casa del alcalde Antoni Siurana. Suárez, después de leer el citado
informe, «guardó un momento de silencio y luego me dijo: No me
cuentas nada nuevo».
Los golpistas
querían establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar
los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de
julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey dedicó al embajador
alemán Lothar Lahn en marzo de1981, los sublevados sólo «habían
querido lo mejor para España». Para el rey «los cabecillas sólo
pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la
disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad»; la defensa de
la unidad de España, la bandera y la corona. El monarca entendía
que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez,
por no tener «en cuenta las peticiones de los militares». El rey
estaba al corriente de la trama golpista y conforme, antes, durante y
después del golpe que traicionó.
Fue un golpe de
estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias
civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin
identificar y que no fue investigada. Fue un golpe de estado
promovido desde las instancias del poder para reconducir la
«situación política a la deriva». Al menos dos conspiraciones
coincidieron en el tiempo. La violenta de Tejero, que con sus
disparos, asustó al rey y el de Armada, en el que estaba el CESID
que recondujo acciones e indujo otras para llevarle a la presidencia
del gobierno, con la connivencia de algunos políticos y partidos en
la oposición que jugaron un papel determinante. El general Armada,
no fue el mayor traidor, sino el traicionado. Había sido el hombre
leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas,
que estuvo en todo momento a las órdenes del rey, quien «ayudó a
crear un ambiente golpista previo al 23-F» e hizo todo lo posible
para que Suárez dimitiera. La irrupción de Tejero estropea el plan
a Armada, «y el rey, con quien había conspirado, se hizo el loco».
Armada era el «elefante blanco» que se iba a hacer con el poder en
nombre del rey» (Anasagasti).
Se hizo todo en
nombre del rey, aunque insistió «¡A mi dádmelo hecho!» (El Rey y
su secreto, Jesús Palacios). Estaba previsto que a la llegada de
Armada, varios diputados lo avalaran, entre ellos Fraga, Sánchez
Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y José Luis
Álvarez. En la historia de España, la monarquía siempre se ha
restaurado o instaurado mediante golpe de Estado; la actual, por el
de Franco. Ahora sin triunfar, se consiguió lo que pretendía: el
rey y la monarquía se consolidaron; la democracia se fortaleció,
aun sometida al miedo de la involución; el desarrollo del estado
autonómico se paralizó y ahí sigue; y la grave situación política
e institucional, achacada a la política de Suárez, se recondujo
hasta hoy. Cayo Lara ha exigido que se desclasifiquen todos los
documentos del 23-F y a la Casa Real «que desmienta, si se puede,
con explicaciones claras y concretas», el papel del rey en el golpe.
Quedan pendientes algunas respuestas de otras tantas preguntas
posibles.. El tiempo las responderá o no.
El 23-F fue un
episodio vergonzante, que se cerró con rapidez, sin investigar y con
desaparición de pruebas. Quienes participaron, ocultaron y
desvirtuaron la realidad; quienes algo conocían lo taparon por su
seguridad y lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y
representantes públicos estuvieron implicados de espaldas al pueblo.
Unos se han llevado su secreto a la tumba, otros todavía viven de
sus réditos. Termino con León Felipe en Sé todos los cuentos: «Yo
no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto...»,
lo que he oído, lo que he vivido y lo que pienso."
Y colorín colorado: aquí no ha pasado nada.
Los Reyes del sur de Europa, con el permiso de la Merkel, les desean felices fiestas. Y que no decaiga!
Caricatura de Kikelin. |
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